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Tras participar en dos videoconferencias preparativas, mis expectativas estaban saturadas, pero llegado el momento de la asamblea, tras el cruce de numerosos abrazos besados, lo que creía encauzado se desbordó por el lecho imprevisible de la presencia del Espíritu.
La hermana Albertine, acompañada de las hermanas Elisa, Julia, María Amor y Regina, nos pide mirar al presente con creatividad para hacer caminos nuevos, y el saludo laico de Chari nos augura que estamos en el buen camino.
Se presentan los grupos y exponen sus actividades, así como las personales en otros ámbitos de la sociedad y de la Iglesia: El Puerto de Santa María-Chipiona, Benimamet (Valencia), Jerez de la Frontera, Sevilla, Canarias mediante una nota escrita enviada a la hermana Albertine, el grupo de Italia en ausencia, ya tuvo que quedarse en tierra por la carestía del transporte aéreo, y Táliga, Zahínos y Espera tan solo lo estuvieron en nuestros corazones. Me siento pequeño frente al resto, un viejo adolescente que tiene todo por aprender y todo por experimentar.
En la oración, que sin la menor controversia había sido adjudicada a Juanito, supimos que hemos llegado hasta aquí a lo largo de un pasado y estamos en el remolino de una realidad cambiante y cómo no es respuesta válida hacerlo con viejas fórmulas.
Las reflexiones de la asamblea, partiendo del arranque de Juan, sin saber cómo, nos ha dado de bruces con el lema asambleario y con una sentida canción de Facundo Cabral, “Cada mañana: este es un nuevo día para empezar de nuevo…” Y me doy cuenta que la fe es una renovación diaria y no un enroque en la monotonía, sino ponernos cara a Jesús cada amanecer y escucharle en el silencio de nuestros corazones; por tanto, erramos si creemos conocer todas las respuestas. La vida es evolución y la Palabra está viva y luce nuevos matices ante nuevas circunstancias. No, no es posible acomodarnos.
El ponente, Tino Rodríguez, con una larga experiencia en la “misión compartida” es un laico claretiano que recorre los mismos caminos. Antes de entrar en materia, y mirando al portuense Juan, dice que ya él ha hablado de la misión compartida, y cómo la misión que, no pocos de los presentes ha puesto de relieve, es la tarea esencial de este presente de la Iglesia. Eso me remueve de mi asiento y me hace ver que yo mismo, a pesar de mis limitaciones y mis años, tengo un testimonio vital que ofrecer, y así todos, el locuaz y el silente. El futuro, pasa por el compromiso y acción de cada uno de nosotros. La misión es común a todos, laicos y consagrados, y nos necesitamos unos a otros para llevar a efecto esta misión compartida.
La misión es la misma y única: la misión de Dios, y la sinodalidad el modo ideal de ser Iglesia.
Cierto que hubo un ágape, cuantioso y extendido, pero como no es educado hablar con la boca llena, paso la hoja y sigo recordando.
El acto final de la jornada era la Eucaristía, y de sorpresa en sorpresa, el presbítero, José Luis Molina, pone de relieve que ésta ya ha comenzado, que las distintas intervenciones nos han traído hasta el momento de la proclamación de la Palabra, y explica cada uno de los pasos y quienes los han concretado con sus intervenciones. El ara queda instalada en el centro de la asamblea, todos a igual distancia en idéntica cercanía a
Jesús hecho pan y vino.
El Señor se manifiesta como pastor y puerta, pero también nos adjudica a cada uno de los que asumen el bautismo como puerta y pastor que colaboran con él. El Hijo del Hombre no se ha reservado esta exclusividad y nosotros nos sentimos ante la verdadera misión compartida con el mismo Jesucristo.
Un día para no olvidar, pero no una foto fija para guardar en el álbum de los días, sino la certeza que es el mismo Jesús quien nos pide “haz tú lo mismo”.